En mis lecturas de reflexión típicas de principios de cada año, me encontré con una maravillosa crónica de la escritora brasileña Roberta Ferec.
En ella la autora comentaba sobre la visión del envejecimiento, visión agradable y positiva que vale la pena compartir por aquí. La llamaron “cuarentona” (persona que ya pasado de los cuarenta, lo que para muchos puede ser una forma despectiva de tratar el acto de envejecer o el fin de la juventud) pero ella da la vuelta a la tortilla y contesta:
“Llamarme “cuarentona” con la intención de lastimarme nunca funcionará. Envejecer, para mí, solo ha traído ventajas.
(Porque la alternativa a envejecer es un poco mala, ¿lo sabemos, verdad?)
Crecer me hizo más juiciosa con lo que me enloquece, y me trajo la serenidad de quien sabe que una provocación no vale ni la mitad de una arruga en la cara.
La edad me hizo más burlona, la típica burla de quien ha descubierto el tono de un buen chiste y ya no se toma tan en serio a sí mismo.
Ser una madre más madura me trajo la comprensión de que mis hijos son seres de su propia vida. Y que el objeto del juego es guiarlos y amarlos, hasta volverme completamente innecesaria.Los cuarenta (y algo) me hicieron acumular caídas y cicatrices que me dan la autoridad que sólo nos dan los dolores, los tropiezos y los golpes. Junto con el envejecimiento viene una insignia, y dice: «encorvado, pero no roto».
O mejor dicho: roto, pero fortalecido.
De acuerdo con Roberta, el envejecimiento trae dos caminos posibles: el primero es sentirse remendado, ayudado, remediado. Y el segundo se basa en la filosofía del Kintsugi.
Si nunca has oído hablar, Kintsugi es una técnica centenaria de Japón de reparar piezas de cerámica rotas y que para muchos se convirtió en una filosofía de vida. Frente a las adversidades y errores, hay que saber recuperarse y sobrellevar las cicatrices. Importante saber: la pieza rota vale más que una nueva. ¿Y sabes por que? Porque en lugar de disimular las líneas de rotura, las piezas tratadas con este método exhiben las heridas de su pasado, con lo que adquieren una nueva vida. Se vuelven únicas y, por lo tanto, se hacen más bellas y especiales.
Otra curiosidad sobre esta filosofía es la paciencia. En el Kintsugi, el proceso de secado es un factor determinante. La resina tarda semanas, a veces meses, en endurecerse. Es lo que garantiza su cohesión y durabilidad.
“Hay que dejarse llevar por todo, entregarse a todo, pero al mismo tiempo conservar la calma y tener paciencia. Solo hay una forma de superación que empieza con superarse a sí mismo”.
Por esto, cuando pienses que estás envejeciendo, cuando empieces a sentir que tu cuerpo ya no es lo que era antes, que te cuesta más hacer algo… además de agradecer, valora cada arruga, cada experiencia que la vida te dio, sea ella buena o mala. Recoge cada pedazo, cada imperfección, busca dar un nuevo significado a tu forma de ser, aprende a reírte de ti mismo, porque esto es envejecer.
Que seas siempre un hermoso Kintsugi, que puede haberse roto muchas veces, pero sigues viviendo de forma plena, preciosa, fuerte e imperfecta.
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