En los últimos meses, todos hemos sido ‘asaltados’ por una condición existencial inesperada; Como en un terrorífico truco de magia, perdemos el derecho de ir y venir y, con él, la posibilidad de relacionarnos con los demás de la manera que conocemos. Desobedecer este nuevo orden mundial puede costarnos la vida o la vida de las personas cercanas a nosotros.
Como consecuencia directa, nos vemos obligados a vivir con la sensación de miedo. Miedo a ser infectado, miedo a infectar a los que cuidamos, miedo a que otros seres distantes se contaminen. Una gran cantidad de miedos nos acompañan desde el despertar hasta quedarse dormido, todos los días. Para hacer frente a esta situación, surgen consejos de todo el mundo para reinventarnos, para crear opciones de bienestar en el espacio limitado de nuestros hogares.
Como terapeuta ocupacional que trabajo con una organización de rutina para mantener a los pacientes y cuidadores funcionalmente estructurados, creo que el primer paso en el camino para promover el bienestar en este momento de COVID-19 es ayudar a los pacientes, familias y cuidadores a comprender lo que ocurre en nuestro cerebro en un estado de miedo constante.
En nuestro cerebro hay un ‘circuito de emociones‘ que nos ayuda a codificar e interpretar los estímulos externos vinculados a las emociones, incluido el miedo. Las estructuras que participan en este circuito, a su vez, se conectan a otras estructuras cerebrales, modulando la emoción y la cognición, generando respuestas apropiadas a cada situación peligrosa.
En individuos con procesos neurológicos degenerativos en curso, como la enfermedad de Alzheimer, esta conexión entre el ‘circuito de las emociones’ y las estructuras de ‘toma de decisiones’ tiende a verse afectada. Estas personas a menudo no pueden codificar adecuadamente las situaciones amenazadoras y quieren exponerse al peligro sin comprender las prohibiciones. O codifican la amenaza, pero no pueden responder adecuadamente al sentimiento de miedo. Son aquellos que se agitan al anochecer, que comienzan a desarrollar hábitos nocivos como el consumo de bebidas alcohólicas o que se vuelven agresivos, o incluso que ‘escapan’ de la situación durmiendo largos períodos a lo largo del día. Cualquiera de estas situaciones tiene importantes implicaciones funcionales.
Sabiendo esto, durante la cuarentena, continúo trabajando en una perspectiva que transita entre un enfoque preventivo y un enfoque de rehabilitación. Propongo la elaboración de ‘proyectos de vida en tiempos de cuarentena’ y utilizo todo mi conocimiento sobre el paciente (historia de vida, hábitos, intereses) para alentarlo a participar en proyectos que solo pueden llevarse a cabo durante la cuarentena o después de este período, ayudándole a mirar hacia el futuro, ahuyentando el miedo a la enfermedad / muerte, ‘desactivando’ los circuitos relacionados con el miedo y dejando que funcionen otras estructuras conectadas a las emociones positivas.
También trato de trabajar muy de cerca con el cuidador, no solo para guiarlos, sino también para darles la bienvenida (reconociendo que también tienen miedo). Entiendo que al aclarar lo que sucede en el cerebro de los ancianos frente a esta situación de miedo, también contribuyo a la autorreflexión de cada uno. Por lo tanto, al guiarlo en medidas para manejar los cambios de comportamiento, hago espacio para la posibilidad de una mayor empatía entre todos los involucrados (incluida yo), generando una sensación de bienestar que creo y espero que dure más allá de la cuarentena.
Así que entendiendo el miedo, y como éste trabaja en nuestro cerebro, es más fácil usar las herramientas disponibles en nuestra vida para superar estos momentos de la mejor manera, ¿verdad?
Agradecemos el texto enviado por: Ana Luiza Rodrigues da Costa que es Terapeuta ocupacional desde 1985. Con máster en Trabajo Social, socia y directora de la clínica de REATO – Rehabilitación en terapia ocupacional. atendimento@toreato.com.br
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